La Ruta del Té








Viajero, volvamos por unas horas a Brideshead. Retornemos a un mundo caprichoso, a un universo casi irreal. A las vacaciones de los alegres muchachos de Oxford, a los juramentos de otoño para una amistad eterna, a las tediosas horas del té, a los placeres etílicos furtivos.

En Lusitania existen muchos caminos ingleses. Existe la senda aquella que hizo y deshizo Wellington en 1811 por tierras del Alentejo, de la Albuera y de Badajoz para luchar contra tropas napoleónicas, contra el tiempo y contra sí mismo.

Existe el camino interior que un vendedor de biblias, don Jorgito el inglés, George Borrow, trazó en su corazón en 1840, atravesando su aliento gitano por los barrios oscuros de Évora, Badajoz, Mérida, Trujillo o Navalmoral.

Existe el lamento del poeta Lord Byron sobre los campos de La Albuera cuando, camino de Gibraltar, dibujó un trazado inglés de la desolación y la muerte y los Campos de Marte.

Y existe esta otra senda, la cañada de los ingleses, que recorre las tierras centrales de Extremadura por donde antaño caminaron merinas cansadas en un viaje de ida y vuelta. Los nombres son la Cañada Real de Araya, la Cañada Real Occidental y el Cordel de San Pedro. Los lugares son Cornalvo, Oliva de Mérida, la que fue siempre Oliva de Extremadura, y Palomas.

Pero esta cañada, esta ruta decadente, habla de un aroma, de un sentimiento más allá de la física. Porque los lugares por los que transcurre la Ruta del Té fueron construidos, según dicen los que estudian, por las manos de un arquitecto que vino de fuera, del sur.

Pues sí. En pleno corazón lusitano ha cicatrizado una herida inglesa. Una hermosa y fascinante ruta que se hace y se construye desde la ostentación y el descaro, y se levanta con universos taurinos en algunos casos, azulejería de estética neoárabe y con motivos grecolatinos en otros, y ornamentación exquisita que parece recién llegada de los palacios de Bagdad.

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Las Pollatas, Cerro Verde y La Zapatera son una ablución, un exquisito descalabro geográfico y sentimental, porque por aquí no pasa Oxford, ni los hermanos Sebastian y Lady Julia Flyte habitan entre nosotros.

Y como el espíritu inglés ha de estar presente en estas visitas, hay que hacerlas en días de lluvia y a la hora del té. Así nuestros objetivos se mojarán con las primeras gotas de la estación otoñal.

Cuentan que Las Pollatas fue levantado a finales del XIX o primeros años del XX por el arquitecto andaluz Aníbal González.

Fue Dolores Toro de Guzmán Sánchez Arjona, hija del marqués de Valderrey, quien, al parecer, ordenó su construcción.

Siguen contando que en torno a 1939, una vez finalizada la guerra civil española, se desató en la comarca una epidemia de tuberculosis.Los propietarios cedieron a la Diputación de Badajoz el palacio para convertirlo en hospital. Desde entonces lleva el sobrenombre de El Sanatorio.Posteriormente la entidad provincial devolvió el palacio a sus propietarios.

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No te olvides del prólogo, en Las Cabezadas, donde puedes dormir rodeado de vides y de altiplanicies.

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No termines esta ruta sin el epílogo, en Fundâo, en la Casa do Castelo. Maravillo ejemplar del eclecticismo ese que tanto nos gusta.

Y es que cuando el viajero llega a Fundâo desde el sur, desde el camino de Castelo Branco, un castillo de sueños medievales le da la bienvenida.

El castillo ni es castillo ni es medieval. Es una dulce extravagancia de principios del XX, como las joyas del Anónimo Inglés que levantó Las Pollatas, La Zapatera o Cerro Verde. Puro Art Nouveau.