Viajero, Badajoz es el principio y el final. La plaza fuerte que todos desean y la ciudad que nadie ama. La ciudad que parece salida de algún versículo de la Biblia, de algún poema crepuscular de Kavafis o de Pessoa. La ciudad de la guerra y de la aduana, de las armas y del mercado. Tantas veces asediada, tantas veces destruida, y sin embargo es, sobre todo, la ciudad. Una princesa que hoy se mira en el río y mañana es repudiada. Un lugar en el mapa que todos quieren marcar, Jerusalén, Sarajevo, Varsovia bajo las bombas, Alejandría por debajo del agua.
Nunca se creó un himno para ella, pero lo está pidiendo a gritos. Nunca una canción de amor, pero Lusitania no se entendería sin los versos que se escribieron junto al Guadiana en los atardeceres aftasidas.
Es, sencillamente, imprescindible.
Es la ciudad que pudimos ser.
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Nunca se creó un himno para ella, pero lo está pidiendo a gritos. Nunca una canción de amor, pero Lusitania no se entendería sin los versos que se escribieron junto al Guadiana en los atardeceres aftasidas.
Es, sencillamente, imprescindible.
Es la ciudad que pudimos ser.
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