Quinta de la Enjarada 



Impúdica. Altanera. Así se muestra esta casa palacio que domina desde el otero donde fue levantada las tierras que van al río, y que recuenta a los viajeros y a los viajantes que salen y entran en Cáceres desde Badajoz. No lo olvides. No estás en las costas del Adriático ni en las villas de campo de la Toscana. Es la campiña salorina. Y el Salor sabe también de elegancia y de serenidad y de mostrar, como una gran dama, su mejor cara, esa doble logia porticada que hace girar la cabeza cuando pasas con tu vehículo por la vía que une las dos ciudades. 

La Quinta de la Enjarada trae evocaciones casi literarias del Tajo de Abrantes. Dicen que fue de los Duques que llevan el nombre de la ciudad del otro lado de la raya. Un título que, según dicen las crónicas, le fue concedido por el tal Bonaparte a Junot, un militar francés cuando las Guerras Napoleónicas. Aunque también dicen por ahí que fue creado por un rey español. 

En torno al siglo XVI Francisco de Carvajal, de los carvajales llegados de Plasencia, de donde el dinero, comenzó a dar a este hermoso edificio el aspecto que hoy conocemos. Junto al palacio se encuentra la capilla palatina. Y según le han contado al viajero que llegó de Évora una tarde de sábado, en su interior alguien pintó unos frescos que hoy provocan una dulce mentira. 

Hace unos años, allá por 1991, Ridley Scott, el de esa maravilla que se llamó Blade Runner, arrasó Cáceres y convirtió a la Quinta de la Enjarada en algo así como casa y solar de Cristóbal Colón. No sólo consiguió que se pintara la fachada de la Preciosa Sangre o que se soterrara el cableado de la ciudad monumental. 

En las caballerizas de la Enjarada se pintaron unos frescos que simulaban pertenecer a los tiempos colombinos. La magia del cine, dicen. 

El paso del tiempo ha hecho que esos frescos parezcan lo que no son. El viajero de Évora, el que llegó una tarde de sábado, no los pudo ver. Ni tampoco pudo averiguar de cierto la secuencia cronológica que habitó este hermosísimo palacio que, con esa doble logia porticada, hace girar la cabeza cuando pasas con tu vehículo por la vía que une las dos ciudades. 

El viajero de Évora se pierde en los árboles genealógicos de la heráldica cacereña. Pero el huésped de la Casa de los Nómadas prefiere perderse en otros árboles, en los que anuncian la cercanía del río. Del Salor.