En Las Seguras se casaron alguna vez la extravagancia y la lujuria, el buen gusto y la serenidad.
Junto al camino que une la ciudad madre con Badajoz, a las puertas del Salor, se levanta un enjambre de construcciones que han ido creciendo y tranformándose a lo largo de los siglos, para llegar a crear un hermoso tapiz salorino, un pequeño fresco de la historia cacereña.
El Castillo, o alcázar, ni es castillo ni es alcázar. Pero sí dicen que fue casa fuerte. Lo que el viajero hoy ve es un capricho propio de formar parte de esa lua extravagante que anuncia la Lusipedia. Bendito capricho. Fue a principios del pasado siglo, en 1929, cuando sus propietarios dotaron al alcázar de esa imagen actual que recuerda a los castillos de princesas y dragones, hijo del espíritu novecentista, heredero del romanticismo del rey Luis de Baviera o, sin irnos tan lejos, de ahí al lado, en la tierra intermedia, del capricho palaciego de Sintra. No es un castillo del tiempo de los castillos, pero sí un hermoso alcázar en el que el viajero de hoy puede dormir y comer, y pasear por su jardín donde crecen y anidan adelfas y laureles, geranios y buganvillas, jazmines y acantos, palmeras y bambúes.
Junto al castillo se levanta la que nombran como Casa de las Seguras de Arriba, construida, dicen, en 1897, y con el mismo aire decadente que el castillo vecino. El viajero se puede imaginar las escenas de esas películas de bajo presupuesto que en los años 70 del pasado siglo llenaban nuestros cines, y donde se dejaban ver los primeros rastros eróticos. Muchas de ellas tenían como fondo, como escenario, palacios y casas de campo que recuerdan este paisaje segureño.
Y detrás, a pocos metros, la exquisita Casa de las Seguras, una casa que desde el quinientos ha visto pasar el tiempo y los rebaños y los hijos de los Ovando.
Junto al camino que une la ciudad madre con Badajoz, a las puertas del Salor, se levanta un enjambre de construcciones que han ido creciendo y tranformándose a lo largo de los siglos, para llegar a crear un hermoso tapiz salorino, un pequeño fresco de la historia cacereña.
El Castillo, o alcázar, ni es castillo ni es alcázar. Pero sí dicen que fue casa fuerte. Lo que el viajero hoy ve es un capricho propio de formar parte de esa lua extravagante que anuncia la Lusipedia. Bendito capricho. Fue a principios del pasado siglo, en 1929, cuando sus propietarios dotaron al alcázar de esa imagen actual que recuerda a los castillos de princesas y dragones, hijo del espíritu novecentista, heredero del romanticismo del rey Luis de Baviera o, sin irnos tan lejos, de ahí al lado, en la tierra intermedia, del capricho palaciego de Sintra. No es un castillo del tiempo de los castillos, pero sí un hermoso alcázar en el que el viajero de hoy puede dormir y comer, y pasear por su jardín donde crecen y anidan adelfas y laureles, geranios y buganvillas, jazmines y acantos, palmeras y bambúes.
Junto al castillo se levanta la que nombran como Casa de las Seguras de Arriba, construida, dicen, en 1897, y con el mismo aire decadente que el castillo vecino. El viajero se puede imaginar las escenas de esas películas de bajo presupuesto que en los años 70 del pasado siglo llenaban nuestros cines, y donde se dejaban ver los primeros rastros eróticos. Muchas de ellas tenían como fondo, como escenario, palacios y casas de campo que recuerdan este paisaje segureño.
Y detrás, a pocos metros, la exquisita Casa de las Seguras, una casa que desde el quinientos ha visto pasar el tiempo y los rebaños y los hijos de los Ovando.